Los hijos son una “cosa” maravillosa. Sin lugar a dudas, nos permiten egoistamente sentirnos realizados por hacernos trascender -suerte de continuidad generacional-. Nos producen un cambio profundo en la psiquis.
Sin embargo, más allá del infinito amor que sentimos por ellos es bueno intentar comprender, que no deberíamos vivir a través de ellos, sino con ellos.
Esto, que a priori pareciera ser sólo un concepto teórico, marca la diferencia entre cultivar una vida interior -propia- ó no hacerlo.
Freud, quien atravesó por la terrible experiencia vital de la pérdida de un hijo, expresó la frase, “se muere a cualquier edad”.
No somos inmortales, nadie lo es.
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